domingo, 22 de agosto de 2010

El pino Aprisquillo de La Adrada

 
 
 
En los pinares de La Adrada, la garganta del charco de la Hoya baja del cerro Escusa hasta engordar el río Escorial y luego el Tiétar. A 1500 metros de altura, bebiendo de esa garganta, hay un pino laricio que es, por su tamaño, por su edad, pero sobre todo por su porte, uno de los árboles singulares de la Península Ibérica.


Se puede llegar hasta él caminando, a partir de la carretera asfaltada que lleva al Charco de la Hoya. También se puede llegar por otra ruta desde el Canto de la Linde.  

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La caminata en ambos casos tiene tramos de bastante pendiente, pero merece la pena. Antes de llegar a la zona de las Ortigosas, desde un camino donde ya el arbolado empieza a escasear, se puede ver el imponente perfil de este gigante.
 

Recibe el nombre de "El Aprisquillo". Posee cerca de 400 años, una altura superior a 30 metros y un perímetro de 5 metros a la altura de medida reglamentaria. El pino laricio resalta por su porte esbelto, que en ejemplares como este nos sugiere de repente la imagen del palo mayor de los grandes veleros. 
 

 
Crece a mediana altitud en las montañas, entre 500 y 1.500 metros. Su corteza es blancuzca y las piñas pequeñas, en contraste con la corteza casi negra y las piñas grandes de los pinos resineros que hemos contemplado durante el camino. Son árboles longevos, que en algunos casos alcanzan la edad de 1.000 años.
  


Su tronco se levanta enhiesto muchos metros hasta la primera rama, pero a poco más de un metro del suelo tiene un hueco artificial cuadrado, bastante extraño. ¿Pudiera ser la cicatriz de una vieja herida de extracción de resina?
 

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Hay en la cumbre, solitario, un pino
cuyas raíces beben de la fuente
más fría de estos riscos, al relente
perpetuo y al final de un camino.

Altas ramas sobre el azul marino
del cielo se recortan y es frecuente
ver alguna ternera adolescente
rascándose en su tronco blanquecino.

Un diminuto ser frente al gigante
me siento al acercarme. Y lo rodeo.
Imponente columna que sostiene

la cúpula del aire y que detiene
el tiempo en su corteza. Entonces veo
esa herida de hiel, cruel y sangrante.


Si vas con tiempo y ganas, al regresar (pasados diez minutos) puedes desviarte hacia la garganta para ver un tramo de pequeñas cascadas, cuyo rumor podrás oír desde el camino.


Alcornoques de Piedralaves




Piedralaves es un bello pueblo situado en las faldas de las primeras estribaciones de Gredos, si caminamos con el Tiétar. Uno de los pocos que en el valle han mantenido su arquitectura tradicional, y una imagen de turismo más “refinado”. Cuentan que en Piedralaves han veraneado frecuentemente artistas (Pastora Imperio, Gitanilllo de Triana), pintores (Alberto Greco)  y literatos (Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Pío Baroja, Camilo José Cela). León Felipe, además, ejerció en Piedralaves de boticario. 
 
 
 


Andando por sus calles podemos ver numerosas casas centenarias, fechadas algunas en el siglo XVII; una pequeña iglesia del XVIII, toda de piedra, con artesonado mudéjar y un retablo barroco muy interesante, a cuya puerta está la cruz de los enamorados; la plaza del ayuntamiento con la Torre del Reloj y, finalmente, dentro del pueblo, un puente romano sobre la garganta de Nuño Cojo.
 
 

 
La ruta de los alcornoques, de algo más de 3 Km, irá enlazando varios de los caminos de huerta que hay por debajo del pueblo, sorteando fincas, el cementerio y algunas naves industriales. 
 

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La iniciamos antes de entrar en Piedralaves, junto a un alcornoque muy llamativo, cuyo enorme tronco contrasta con el tamaño de la vivienda que tiene detrás.
 
 


 
Durante todo el recorrido encontraremos más de una docena de alcornoques centenarios, con troncos que sobrepasan los 4, 5 y 6 metros de perímetro. Y también algunos castaños de buenas dimensiones.
 

 

La ruta acaba frente a una caseta de labor con un ejemplar tan anciano como el del punto de partida. Está escoltado por lo que queda del tronco de otros dos.

 


 

Hace bastantes años, cuando  eran tres, también los visitamos...





 
El alcornoque es el Quercus de aspecto más dramático. Al igual que la encina, y a diferencia del roble, es de hoja perenne; menos longevo que ellos (vive de 150 a 250 años), y posee una corteza muy gruesa y rugosa de la que es bien sabido que se extrae el corcho.
 
 


Se podría decir que el alcornoque es una encina con un caparazón, que lo protege en climas templados contra los frecuentes fuegos. Cuando el alcornoque cumple 30 años, comienzan a arrancarle la corteza, operación que se hace a mano cada 9 años aproximadamente. 
 
***

Para regresar al punto de partida merece la pena callejear un poco y, de paso, contemplar un magestuoso pino piñonero que hay al pie de una vivienda, después de pasar el puente medieval. 
 
 

 
También se puede completar la ruta con una visita al denominado Corral de Lobos, cerca de la urbanización La Cabaña y la Quesería del Tiétar. Hay que subir al cerro de la Pinosilla, siguiendo una senda señalizada de menos de 400 metros que sale de la CL-501.
 
 

 
En realidad, más que corral, era una trampa fatal para los lobos, utilizada al parecer hasta el siglo XIX. Estaba fabricada de modo que el lobo podía entrar (atraído por el señuelo de un corderillo, el cual tenía dentro un abrevadero y una minuscula covacha donde refugiarse), pero no podía salir y moría bajo los disparos de los ganaderos.






sábado, 21 de agosto de 2010

Robles del cerro Sarnosa





En Piedralaves, bajo  los imponentes riscos de Lanchamala, en las faldas del cerro Sarnosa, entre un mar de pinos, aún queda un pequeño bosque de robles centenarios, al que se accede fácilmente desde la pista forestal que rodea el embalse.  

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En el camino podemos encontrar muchos con troncos de más de un metro de diámetro. 
 


El mayor, con casi 5 metros de perímetro y un tronco hueco donde caben dos personas abrazadas, está arriba del todo, en la última pradera del cerro.
 




El roble es un árbol mitológico. Tanto griegos como romanos asociaron el nombre del roble al dios principal, Zeus (Júpiter), padre de los dioses y de los hombres, dios del cielo, del rayo y de la lluvia, amontonador de nubes. El roble es uno de sus atributos, junto con el rayo, el águila y  el toro. 

El oráculo de Dódona, en Epiro, consagrado a Zeus,  tenía un roble sagrado de cuyas hojas y  ramas los sacerdotes interpretaban los susurros. De una rama de este roble, tallada por Atenea, era la proa del barco que Jasón y los Argonautas utilizaron en su viaje en busca del vellocino de oro. 

Igualmente,  en el templo de Júpiter en Roma, había un roble a cuyos pies los ciudadanos presentaban sus ofrendas. Y probablemente de roble era la rama de oro que permitió a Eneas transitar por el Hades en busca de su padre muerto, pues para los griegos y romanos, como para muchos otros pueblos, el roble era signo de fuerza y valentía. Por eso también el roble era el símbolo del poderoso Hércules.
 


Pero la historia más bella de la mitología romana asociada al roble es la de Baucis y Filemón, una pareja de enamorados campesinos, los únicos que dieron hospitalidad y alimento a Júpiter, cuando éste, acompañado de Mercurio,  iba recorriendo Frigia con apariencia humana. Como recompensa por su comportamiento, Júpiter los salvó del diluvio y prometió concederles un deseo. Ellos sólo pidieron morir al mismo tiempo. Júpiter entonces los dejó como guardianes del templo en que convirtió su cabaña. Cuando llegaron a viejos, sin llegar a morir, a Baucis empezaron a crecerle hojas y ramas de tilo, mientras que a Filemón le crecían de roble, y las ramas de los dos árboles se unieron en un solo tronco, que desde entonces permaneció durante muchos años a las puertas del templo.
 


El otro ejemplo de posición preponderante del roble se encuentra en la mitología celta. El roble está en el centro del calendario, cada uno de cuyos meses se representa por un árbol. El mes del roble comprende desde el 17 de abril al 15 de mayo de nuestro calendario, y tiene su cénit el primero de mayo, el día de la fiesta de Beltaine; la noche anterior, la noche de Walpurgis, se prendían las hogueras en lo más alto de los cerros.
 


Plinio, en su Historia Natural, cuenta que nada hay más sagrado para los druidas que el muérdago y el árbol sobre el que crece, el roble…Tras haber preparado los sacrificios y los banquetes bajo los árboles, traen dos toros blancos cuyos cuernos han sido vendados. Con su túnica blanca un druida sube al árbol para cortar el muérdago con su hoz de oro, otros vestidos de la misma manera lo reciben. Después matan a los animales del sacrificio y rezan para que el dios les recompense esta ofrenda con sus dones. El muérdago, la planta parásita que se alimenta del roble y de otros árboles, era recogido por los celtas con fines medicinales y mágicos, y se asociaba a la fertilidad y al amor. Pero también al roble se le atribuían propiedades curativas, la capacidad de sanar a los enfermos tan solo frotándose con su tronco, o de curar las hernias de los niños mediante un curioso ritual (en Galicia se abría el tronco de un roble joven y se hacía pasar por el hueco al herniado; luego se fajaban tanto el árbol como el niño y si el árbol se cerraba el niño sanaba).