domingo, 4 de diciembre de 2022

Majuelo del cerro de las Cruces

 

 

La sierra de San Vicente proporciona varios miradores excepcionales del valle del Tiétar. Contiene además densos bosques de pinos y robles, con algunas manchas de castaños y el acompañamiento de sotobosque de carrascas, zarzas, helechos, jaras, escobones, rosales silvestres, enebros y majuelos. 

El propósito principal de esta ruta es contemplar un majuelo singular, que vive solitario en lo alto del cerro de las Cruces, en la sierra de San Vicente, junto al bosque de antenas del repetidor de TV. 

La ruta se inicia en el puerto del Piélago, al que se puede ascender en automóvil desde Navamorcuende, pueblo toledano fundado en el siglo XIII, tradicionalmente dedicado a la agricultura y la ganadería, en el que merece la pena visitar la enorme iglesia renacentista (herreriana) de Santa María de la Nava, del siglo XVI, levantada por Pedro de Tolosa, uno de los arquitectos del Escorial. Al lado de la iglesia hay una bonita fuente de piedra del XVIII, con pilón exagonal.

 

 

Después de dejar Navamorcuende, la estrecha carretera TO-1375 se adentra en un espeso bosque de roble melojo, que nos acompañará hasta el paraje denominado Desierto del Piélago y al puerto del igual nombre.


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El sorprendente nombre de Desierto del Piélago seguramente se lo pusieron los ermitaños que habitaron la sierra desde el siglo XI; "desierto" entendido como lugar de soledad y meditación, "piélago" no en su acepción oceánica actual, sino como paraje de agua y lagunas.

Encontramos en este sitio un área recreativa y un monasterio arruinado y abandonado, fundado en el siglo XV. 

A este monasterio se retiró el padre Mariana para redactar su famoso tratado político, que lleva por título "Del rey y las instituciones reales". Lo hizo por encargo del rey absoluto Felipe II, con el fin de educar a su heredero. Lo publicó en 1599 y se convirtió en un alegato contra el absolutismo. 

 

En el siglo XVII el monasterio fue remozado como seminario diocesano por los carmelitas. Posteriormente fue ocupado por las tropas francesas, en 1808, arrasado durante las guerras carlistas 30 años después y, a continuación, desamortizado por la legislación de Mendizábal. Más recientemente, en la década de los 80, se rehabilitó como albergue juvenil, y finalmente ha sido abandonado. Ahora se encuentra en franco deterioro.

 

 

La subida hacia el cerro de las Cruces se inicia en una desviación a la izquierda antes de alcanzar el puerto. Se trata de una pista forestal en muy buen estado, por lo que se puede recorrer en coche. No obstante, lo mejor es dejar el vehículo en le puerto y desde allí, hacer la ruta caminando. 

El primer tramo del camino, de 1,6 Km, se hace entre pinos silvestres relativamente jóvenes (troncos de 1 a 2 metros de perímetro), con vistas al bosque de roble melojo en las faldas del pico de las Cruces. 

 




 

Entre los pinos silvestres, con sus acículas cortas, sus pequeñas piñas y su rosada corteza en las copas, se van abriendo hueco algunos pinos resineros, de fronda menos oscura, agujas más largas y piñas grandes. 

Y también dejamos a la izquierda una pequeña mancha de castaños centenarios.

 


Muy cerca de estos castaños, casi oculto entre la maleza, se puede ver uno de los antiguos pozos de nieve que antaño explotaban los carmelitas.




Al final de este tramo, en un cruce con un espacio abierto y una barrera, tomamos contacto con el bosque de roble melojo. A la izquierda hay un ejemplar de roble con dos gruesos brazos, y enfrente  podemos ver varios ejemplares de pino resinero de considerables dimensiones, con troncos cercanos a los 3 metros de perímetro. 




 

Mas arriba casi todo es melojar, con árboles de pequeño tamaño, aunque en algunos puntos encontramos ejemplares más viejos, con troncos de perímetro superior a los 4 metros.

 

 


 

Tras caminar algo más de 2 Km, llegamos por fin al objeto inicial de nuestro viaje: el majuelo del cerro de las Cruces...

 

 

Como se puede ver, está junto a la pista forestal, muy cerca de la cumbre donde están instaladas las antenas a 1336 m de altitud. Es un arbolito de menos de 5 metros de altura, pero de excepcionales dimensiones para su especie, con un añoso tronco de más de 1 metro de perímetro y unas raíces que tal vez empezaron a crecer hace más de 100 años, cuando las antenas de telefonía solo eran un sueño de gente rara como Tesla y Marconi.

 



 

Una parada junto al majuelo para presentarle nuestros respetos y continuamos hasta las antenas, con el fin de disfrutar de las vistas panorámicas a ambos lados, al valle del Tiétar y al valle del Guayerbas.

 

 

La vista hacia el NO nos permite alcanzar todos los pueblos del alto Tiétar. El más cercano, Almendral de la Cañada, tras el cual se ven las casa de La Iglesuela. Bajo la línea de nubes que tapan las crestas de Gredos, vislumbramos Casavieja y hacia la derecha Piedralaves, La Adrada y Sotillo de la Adrada.

En la otra vista, menos nítida, divisamos el embalse del río Guayerbas.

De vuelta al punto de partida, paramos junto a un bolo granítico que tiene tallada una cruz. 

 

 

Completaremos la jornada subiendo desde el puerto del Piélago, en sentido opuesto, por una senda que conduce al cerro de San Vicente, que da nombre a toda esta sierra. 

También es conocido como el Monte de Venus de los romanos. El mismo padre Mariana, en su Historia de España de 1601, citando al historiador Apiano, refiere que fue aquí donde el caudillo lusitano Viriato se hizo fuerte en su lucha de guerrillas contra los romanos, y que aquí fue traicionado y muerto por tres de sus hombres de confianza, aunque luego su cuerpo fuese trasladado para ser quemado, en pira funeraria, en uno de los bolos de la Ciudad Encantada de Cuenca. Corría el año 139 antes de Cristo. Vaya usted a saber si la leyenda es cierta, pues no son pocos los cerros de varias comarcas que reclaman ese privilegio.

Continuando con las leyendas de la zona, se dice también que fue en una cueva de este cerro donde los santos mártires Vicente, Sabina y Cristeta, tres hermanos cristianos de Talavera (la Ébora romana), se refugiaron para escapar de las persecuciones de Daciano, cosa que a la postre no consiguieron. El nombre de San Vicente le viene a este cerro tal vez en honor del santo varón, ignorando a las mujeres. Aunque otros dicen que pasaron siglos sobre el cerro, que en el siglo IX los musulmanes levantaron en él una torre de vigilancia y que, tras la reconquista, allí se levantó un castillo y dentro de él un pequeño priorato, priorato que posteriormente dio lugar al Monasterio del Piélago en el XVI. 

Más adelante, durante el XVII, se produjo un ferviente movimiento eremítico en el cerro, impulsado por un tal Francisco García de Radoura, quien consiguió que se construyera una ermita sobre la presunta cueva de los santos mártires, con las piedras del ya abandonado castillo. 

De todo esto, de la torre musulmana, del castillo cristiano y de la ermita de los ermitaños, quedan restos en el cerro, merecedores de otra nueva caminata. La senda no es tan larga como la del cerro de las Cruces (poco más de 1 Km), aunque sí más empinada.

 


Al final de la senda, entre grandes bolos graníticos, hay un punto geodésico
(1312 m de altitud) desde el que se ven las ruinas de la ermita y del castillo.

 


Los restos de la ermita son bastante llamativos. Podemos ver esparcidos bloques de piedra tallada arrancados de los muros, alguno con lo que parecen símbolos, un par de pilas, un lavadero, y sobre la cueva, lo que queda de la antigua construcción.





 

La cueva tiene una puerta adintelada y acaba pronto, aunque alguien del lugar nos asegura que en su momento llegaba hasta el convento. A la entrada, en la pared de la izquierda, hay una pequeña benditera tallada en la roca.



En lo que resta de camino hasta el castillo nos podemos fijar en lo que hay de vegetación en lo alto de este cerro, que no son sino enebros creciendo entre las rocas.

 

 

Pero también llama la atención un grupo de rocas que, en su apilamiento, parecen haber sido utilizadas también como cueva de eremita o, al menos, como refugio de pastor.

 

 

 

En dos de las rocas hay grabadas sendas cruces que tal vez avalan la primera idea.

Finalmente, en la zona del castillo, la torre musulmana se levanta vigilante aunque semiderruída, mientras que del resto solo queda una pared con una ventana.

 

 

 

Las vista son impresionantes. Hacia el S, los pequeños pueblos de Hinojosa de San Vicente, Castillo de Bayuela, San Roman de los Montes y el embalse de Cazalegas, cerca de Talavera de la Reina. Hacia el O, las crestas de la sierra de Gredos, ahora sin nubes.