En los pinares de La Adrada, la garganta del charco de la Hoya baja del cerro Escusa hasta engordar el río Escorial y luego el Tiétar. A 1500 metros de altura, bebiendo de esa garganta, hay un pino laricio que es, por su tamaño, por su edad, pero sobre todo por su porte, uno de los árboles singulares de la Península Ibérica.
Se puede llegar hasta él caminando, a partir de la carretera asfaltada que lleva al Charco de la Hoya. También se puede llegar por otra ruta desde el Canto de la Linde.
La caminata en ambos casos tiene tramos de bastante pendiente, pero merece la pena. Antes de llegar a la zona de las Ortigosas, desde un camino donde ya el arbolado empieza a escasear, se puede ver el imponente perfil de este gigante.
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La caminata en ambos casos tiene tramos de bastante pendiente, pero merece la pena. Antes de llegar a la zona de las Ortigosas, desde un camino donde ya el arbolado empieza a escasear, se puede ver el imponente perfil de este gigante.
Recibe el nombre de "El Aprisquillo". Posee cerca de 400 años, una altura superior a 30 metros y un perímetro de 5 metros a la altura de medida reglamentaria. El pino laricio resalta por su porte esbelto, que en ejemplares como este nos sugiere de repente la imagen del palo mayor de los grandes veleros.
Crece a mediana altitud en las montañas, entre 500 y 1.500 metros. Su corteza es blancuzca y las piñas pequeñas, en contraste con la corteza casi negra y las piñas grandes de los pinos resineros que hemos contemplado durante el camino. Son árboles longevos, que en algunos casos alcanzan la edad de 1.000 años.
Su tronco se levanta enhiesto muchos metros hasta la primera rama, pero a poco más de un metro del suelo tiene un hueco artificial cuadrado, bastante extraño. ¿Pudiera ser la cicatriz de una vieja herida de extracción de resina?
Hay en la cumbre, solitario, un pino
cuyas raíces beben de la fuente
más fría de estos riscos, al relente
perpetuo y al final de un camino.
Altas ramas sobre el azul marino
del cielo se recortan y es frecuente
ver alguna ternera adolescente
rascándose en su tronco blanquecino.
Un diminuto ser frente al gigante
me siento al acercarme. Y lo rodeo.
Imponente columna que sostiene
la cúpula del aire y que detiene
el tiempo en su corteza. Entonces veo
esa herida de hiel, cruel y sangrante.
Si vas con tiempo y ganas, al regresar (pasados diez minutos) puedes desviarte hacia la garganta para ver un tramo de pequeñas cascadas, cuyo rumor podrás oír desde el camino.