domingo, 6 de noviembre de 2022

Majalobos y el Pajarero

 

Ya conocemos, por otra entrada de este blog, el impresionante castañar que hay por encima del pueblo de Casillas, en el que destaca un castaño monumental junto al campo de fútbol, con tronco de 7 metros de perímetro. Sin embargo, el castañar se extiende también por debajo y a ambos lados, en las parcelas de cultivo y en la garganta del Pajarero. 

Esta garganta alimenta la presa del mismo nombre, que a su vez sirve para saciar la sed de las gargantas de los vecinos y visitantes de Santa María del Tiétar, Sotillo de la Adrada e Higueras de las Dueñas. Hay, además, dos presillas en el cauce de la garganta de Majalobos, que cumplen el mismo fin. El recorrido por ambas gargantas nos permite caminar por senderos espectaculares, salvando un desnivel de casi 400 metros. El que aquí proponemos es una ruta circular con tramos de pista forestal, tamos de senda y a veces ni eso, y que arranca y acaba en Sotillo de la Adrada.

 

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La senda inicial, por la izquierda, de la garganta de Majalobos nos lleva cómodamente hasta la primera presa. Cruzando por el pretil, llama la atención un rústico cobertizo-merendero con mesa y asientos. 

Reseñemos que la garganta de Majalobos no siempre fue conocida por ese nombre. Se trata, una vez más, de la conocida deformación del lenguaje popular en lo que toca a los topónimos locales. En el siglo XVI se cita en documentos oficiales la Majada (de) El Cobo, refiriéndose a un lugar donde se recogían los animales y que tal vez perteneció a un tal Cobo, o que simplemente estaba en un calvero ausente de vegetación, que según el profesor Chavarría a eso también remite la palabra covo. El caso es que de ahí pasó a llamarse ese paraje Majalcobo, y luego la imaginación pupular dio en transformar su nombre en Majalobos, con o en ausencia de tales depredadores.

 



Subimos a la segunda presa entre pinos, por el camino de la derecha, que acompaña a la garganta desde cierta altura.

 

 

La segunda presa carece de dique de obra, y en los mapas  también carece de nombre.

 

 

Desde su lado izquierdo arranca la senda de las cascadas de Majalobos, la más recomendable cuando por la garganta baja suficiente agua. 

 

Cascadas de Majalobos, fotografía Diego Ocaña Ruiz
 

No obstante, si no es el caso, se puede ascender por la ladera, entre pinos resineros, alguno de los cuales presenta una curiosa formación de un verde intenso, a media altura.

 


El camino hay que adivinarlo, pero así se alcanza pronto la pista forestal que nos llevará a Casillas. En ese tramo podremos ver varios pinos resineros de gran porte y con perímetro de tronco cercano a los 4 metros.

 

 

Son aún visibles las cicatrices del sangrado que sufrieron antaño, cuando la actividad resinera daba de comer a muchas familias de estos pueblos.

 


La pista forestal cruza la garganta de Majalobos en una curva con una fuente y un pilón, cercados con valla de tela metálica. Alguien sediento se ocupó de agujerear la valla. Y tal vez a la misma persona se le ocurrió dejar un jarrillo de cerámica sotillana, pensando en quienes vinéramos después... Así que muchas gracias...

 


 

A continuación, despues de la curva, esa pista forestal vuelve hacia Sotillo, de modo que hemos de coger un desvío que sube hacia la izquierda y coincide con el trazado del GR-180. En ese camino los pinos irán progresivamente dejando sitio a robles y castaños, cada vez más frecuentes y voluminosos.

 

 

Conviene recordar ahora que los castaños son aquí de cultivo, desde antiguo. Es decir, que hubo alguien que los plantó y hay alguien que los cuida, de modo que, aunque vayamos pisando una tentadora alfombra de erizos y lustrosas castañas, no es correcto cargar para casa con ellas. 

 


 

Casillas está muy cerca y allí podremos encontrar sitios donde comprarlas a buen precio, bien recogidas y seleccionadas. Eso es lo suyo.

 

 

El letrero de la puerta de la cooperativa lo dice bien claro: "Prohibido coger castañas. Cómprelas en los establecimientos habilitados. Muchas de nuestras familias viven de ellas".

Tras cruzar el pueblo, iniciaremos el camino de bajada hacia la garganta del Pajarero. Pero antes gastaremos parte de nuestro tiempo yendo ida y vuelta por un estrecho camino entre castaños, a la izquierda, con el fin de contemplar algunos de los ejemplares más interesantes.




 

El camino principal, bastante pendiente, nos lleva hasta un puente que cruza la garganta, entre árboles no menos impresionantes que los anteriores, todos ellos con perímetros de tronco que superan los 5 metros.






 

A partir de ese puente en la garganta de Pajareros, bajaremos por la vertiente opuesta a la que utilizamos para la subida, con un camino bien señalizado en el que encontraremos sendas desviaciones a los restos marchitos de dos antiguos molinos harineros. 

 




Poco a poco habremos ido perdiendo presencia de castaños a favor de los pinos. Y a favor de sauces y alisos en los dos breves desvíos de los molinos, junto el curso del agua.

 

 

Los dos molinos, mejor dicho sus tristes restos, están relativamente cercanos. El primero a este lado de la garganta según bajamos y el segundo al otro lado, por lo que hay que cruzarla por un exiguo puente formado por unos cuantros troncos.

 


 

Los accesos a ambos están señalizados. 

El molino de más arriba es es que tiene parte de sus aparejos aún visibles, aunque arrumbados: las piedras de moler, el rodezno, la cabria... 

 


Algunos de estos elementos son reconocibles en las siguientes imágenes:

 






 

Unos metros más arriba, entre la maleza, aún se ve el canal fabricado con lascas que conducía el agua de la garganta desde la aceña hasta el rodicio del molino. 




El otro molino, denominado por los indicadores molino bajero, es más pequeño y está aún en peor estado. Esto es lo que de él queda:

 

 

Resulta increíble. Un paisano que nos hemos encontrado cerca recogiendo castañas nos ha dicho que él mismo (y no parece tener más de 60 años) los conoció funcionando. 

Se citan estos molinos en antiguos documentos del siglo XVI, como el Libro de la Montería de Alfonso XI, y está también documentado que había hasta 10 molinos en funcionamiento en estas gargantas en el siglo XVIII, y que lo menos 7 se conservaron hasta bien entrado el siglo XX. 

¿Cuándo fue que fueron abandonados? Y lo que es peor: ¿Cómo fue que las autoridades no hicieron absolutamente nada por salvarlos, al menos uno o dos, uno en cada garganta? Está claro que el concepto arquelogía rural (o popular, o industrial...) no entraba en sus cabales.

En fin, después de estas lamentaciones, los árboles nos salvan. Los árboles, aunque tembién sufren de la desidia y el ataque de los mismos que abandonaron los molinos, tienen por natiuraleza la paciencia de esperar el momento oportuno para renacer, para regenerarse y crecer hasta alcanzar, por suerte, edades y tamaños nada humanos.

 


 Al pie de la presa del Pajarero tomamos el camino que nos reintegrará a Sotillo de la Adrada. Discurre en parte por el trazado de un proyecto de 1891 que por por desgracia interrumpió la guerra civil en 1936. Nos referimos al trazado del ferrocarril de vía estrecha que tenía que comunicar Madrid con Arenas de San Pedro, recorriendo el valle del Tiétar. No pudo ser, pero aún podemos caminar o pedalear por alguno de sus tramos...



 


Antes de acabar en Sotillo, a mitad de ese tramo del fallido ferrocarril, a la derecha, nos encontramos una pequeña finca con olivos y frutales, muy cuidada, en la que están esos dos árboles que, con los de más arriba, nos reconcilian por hoy: un anciano pino de 5 m. de perímetro de tronco y una encina de tres brazos que desde más arriba lo mira.