sábado, 29 de octubre de 2022

La encina de las Cauceras

 

 

El camino de las Cauceras parte de Sotillo de la Adrada, junto al Instituto de Educación Secundaria. 

 

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Desde ese punto de partida B, tomamos el camino de El Guijo de la Navaleja, hasta llegar a la charca de los Cangrejos, junto a la cual se encuentran algunos de los centenarios pinos piñoneros salvados del fuego durante el incendio de 2006, que comenzó a causa de una chispa de una desbrozadora en La Adrada y llegó hasta Sotillo, calcinando casi 600 hectáreas. 

 

 


Son pinos monumentales, centinelas de la dehesa frente al cerro Pinosa, que también se salvó de la quema; vigilantes de reses y caminantes junto al pilón de la fuente de los Venerillos. 

Después de cruzar el arroyo Matanzas, casi siempre seco, seguiremos viendo pinos de similares características junto al camino o cerca de él.

 



El camino se va acercando al cauce del río Tiétar, sin llegar a cruzarlo. En el punto más cercano, hay varios viejos ejemplares de pino piñonero.

 

 

 

Y frente a ellos, a la orilla del agua, un álamo de gran porte, al que podemos acceder con permiso de una barrera de zarzamora.

 



Algo más adelante, a la izquierda del camino, se encuentra la finca de las Cauceras. Su dueño, junto a la cancela de entrada, ha procurado señalarla con el nombre de "La encina", seguramente orgulloso de lo que tiene dentro.

 




 

Una encina aislada junto al muro de la finca, con un tronco hueco de más de 5 metros de perímetro, ligeramente inclinado, y varias gruesas y sanas ramas que sostienen una copa amplia y elevada, de excepcionales dimensiones. Tiene más de 300 años, de modo que puede ser el árbol más añoso del término municipal de Sotillo, con permiso del enebro del Prado Ancho.


La encina es el árbol mediterráneo por excelencia, un árbol fuerte, longevo y resistente, característico por su porte majestuoso, su corteza oscura finamente cuarteada, sus hojitas gruesas y espinosas y sus bellotas comestibles.  

Es también un árbol mitológico. En la leyenda griega de Jasón el vellocino de oro, que debía rescatar para recuperar su trono, estaba suspendido de una encina sagrada custodiada por un dragón siempre despierto. Y en los relatos de la Biblia la encina es un árbol propicio a las apariciones del Dios de los judíos, para sellar sus pactos con Abraham o con cualquier otro patriarca. 

También muchos poetas hicieron homenaje a la encina. Valga como muestra el largo poema con su nombre que compuso Antonio Machado, del que copiamos aquí el comienzo y el final:

¡Encinares castellanos
en laderas y altozanos,
serrijones y colinas
llenos de oscura maleza,
encinas, pardas encinas;
humildad y fortaleza!
Mientras que llenándoos va
el hacha de calvijares,
¿nadie cantaros sabrá,
encinares? 

.........

Ya sé, encinas
campesinas,
que os pintaron, con lebreles
elegantes y corceles,
los más egregios pinceles,
y os cantaron los poetas
augustales,
que os asordan escopetas
de cazadores reales;
mas sois el campo y el lar
y la sombra tutelar
de los buenos aldeanos
que visten parda estameña,
y que cortan vuestra leña
con sus manos.

En el valle del Tiétar el encinar está presente en grandes extensiones de monte bajo y en el llano. Resiste a la tala indiscriminada y frente al empuje de los pinares. En algunos lugares cercanos (Sartajada, Almendral de la Cañada, La Iglesuela...) aún se conservan encinas centenarias como la de las Cauceras.

En la misma finca hay también unos cuantos fresnos nada despreciables...

 

 


Y al final del camino, junto a puente Mosquea, nos esperan los últimos grandes árboles del recorrido de ida, más ejemplares de pino. 





Para el regreso podemos tomar un camino diferente, que pasa por el Puente Chico, El Guijo, la Navaleja y la fuente de los Venerillos, y acaba en el punto de llegada B. En dicho trayecto veremos algunos árboles singulares más, que están señalados en el itinerario, y a los que ya conocemos por otras entradas de este blog.