En los montes de La Adrada, no demasiado lejos del famoso pino laricio del Aprisquillo, aunque en otra garganta y con acceso diferente, se localiza uno de los pocos ejemplares de tejos centenarios que podemos encontrar en el valle del Tiétar.
El acceso no es demasiado fácil, pues hay que subir desde el pueblo de La Adrada hasta una altitud cercana a los 1.600 metros. Son más de 10 Km. desde la ermita de la Yedra, aunque la mitad del recorrido puede hacerse en coche, por pista asfaltada, hasta casi llegar al desvío de la Charca de la Hoya, desde donde seguiremos a pie.
Iremos tomando varios desvíos a izquierda y a derecha, entre bosques de pino resinero, hasta llegar a una loma desde la que se ve nuestro objetivo, unas pequeñas y oscuras manchas verdes en la garganta, ya casi casi pelada a esa altura.
Para acercarnos más tendremos que abandonar la pista y trepar por la garganta.
Son varios ejemplares de tejo los que se ven. Uno de ellos, situado a la izquierda de la garganta frente a un roble, tiene una copa tupida y redondeada, sobre un tronco espectacular cuyo perímetro supera los 4 metros.
El tronco está hueco y en su interior, como suele suceder en muchos tejos centenarios, está creciendo una raiz ascendente que probablemente, en varios cientos de años más, sustituya al viejo tronco.
El tejo es un árbol de crecimiento muy lento, que no suele sobrepasar los 10 metros de altura. Sus hojas perennes son aciculares, de un verde oscuro, dispuestas en espiral en forma de peines. Son árboles dioicos, con flores masculinas o femeninas. Sus frutos son pequeñas bayas carnosas de color rojo, comestibles a pesar del veneno de sus semillas, que pasan por el tracto digestivo sin causar ningun problema (claro está, si no se mastican).
Ya no quedan tejos silvestres formando bosques, sino que crecen salvajes en barrancos y lugares escarpados, frecuentemente en forma de arbustos solitarios. Aunque también centenares de ellos fueron plantados hace cientos de años y siguen siendo respetados como árboles singulares junto a las iglesias y los cementerios.
Tejo de la iglesia de Berniego, en Asturias |
El tejo, con el roble y con el fresno, forma el triángulo de los árboles mitológicos por excelencia. Sea por su longevidad y por su lento crecimiento, sea por sus propiedades tradicionalmente conocidas, ha sido un árbol de gran valor cultural y simbólico.
En la mitología escandinava Yggdrasil, el Árbol de la Vida, representa los cimientos y el eje del universo. Se solía identificar a Yggdrasil con un fresno de hoja perenne, pero más recientemente algunos eruditos creen que en realidad, por la descripción que se hace de él, se trataría más bien del tejo y no del fresno, que al fin y al cabo es caducifolio. Una buena mitología no puede tener tales contradicciones... Y por añadidura Odin, dios de la sabiduría, regresó con las runas de su mágico alfabeto nórdico después de haber estado colgado de las ramas de un tejo durante 9 días.
En el calendario celta el tejo se asocia a la fiesta de Samain del 1 de Noviembre y a la noche de Halloween, cuando se abren las puertas que nos comunican con el mundo de los muertos. Dicho papel de puerta entre dos mundos le viene al tejo de lejos, pues ya en la antigua Grecia lo situaban como protector de las almas a la puerta del hades.
Tal vez por todo lo anterior la cultura religiosa cristiana, capaz de asimilar casi todo lo pagano, adoptó al tejo como guardián de ermitas y cementerios.
Leyendas, de las cuales la que más aprecio es una británica que dice que, en los cementerios, el tejo llega con sus raices a la boca de todos y cada uno de los muertos...
Pero no olvidemos el valor económico y técnico que el tejo tuvo (y tiene) a lo largo de la historia.
Su propio nombre científico, taxus, que en griego significa arco, pone de manifiesto su importancia en la antigüedad para la fabricación de armas (arcos, lanzas y flechas), debido a la extraordinaria dureza, flexibilidad y durabilidad de su madera. Es posible que el declive del tejo se produjera en Europa durante las grandes guerras con arco y lanza, antes de que dichas armas fueran sustituidas por cañones y fusiles.
También en griego, taxikom significa veneno. Y es así que casi todo el tejo es venenoso, pero al mismo tiempo curativo. En sus hojas y en sus semillas hay una sustancia, la taxina, que en dosis altas pueden causar la muerte, pero también efectos sedantes en dosis adecuadas. Y lo que es más importante en la actualidad: de su corteza se obtiene el taxol para el tratamiento del cáncer.
En fin, no podemos acabar esta excursión llena de citas culturales sin decir que el tejo es el árbol de Asturias, árbol de referencia religiosa y política. Arbol de concejo, juntero, como lo fue el roble en el País Vasco, y sobre todo árbol religioso y festivo, que tanto sirvió para acoger romerías como para presidir entierros.
De regreso al camino, después de dejar la garganta de los tejos, echaremos de paso un vistazo a algunos pinos laricios y silvestres que crecen, unos rectos y otros retorcidos, por las inmediaciones.